lunes, 12 de marzo de 2018

CUENTO: LA SOMBRA DEL VENGADOR

                                                                                                             
 CUENTO: 
 LA SOMBRA DEL VENGADOR

                                                                               De: Jorge Godoy                                                            1


       La tarde demoraba en ocultarse a propósito y lo  hacia en una forma mucho más lenta que la de costumbre. Anunciando quizás, de esa manera, a los transeúntes que algo extraño estaba por suceder. Atisbada y por demás inquieta, esperaba por las reacciones de los curiosos caminantes, pues a su entero entender ya deberían sospechar siquiera por lo que de un momento a otro podía llegar a ocurrir.
       Solo faltaban 10 minutos para las siete de una tarde diferente y, la advertencia, se percibía a través de una manta pesada de humedad que justamente hoy, con una desacostumbrada monotonía iba cayendo lentamente desde un cielo cerrado que había transformado su color excesivo en fuerte y, en un no común, tono plomizo. Hoy, más que nunca lucía con cierta extrañeza su acostumbrada parsimonia de sus diarios andares vespertinos; un rato antes de que comenzara a llover. 

                                   2

      El hombre llevaba más de media hora parado, de espaldas, en el medio de un largo muro no muy alto que sobrepasaba la media cuadra de largo. El amarillento muro que le pertenecía al hospital del pueblo estaba lleno de manchas de humedad y, la falta de revoque sobresaliendo a simple vista en varios de sus tramos, dabanle un marco por demás característico, justificando quizá así, a una veintena de años que denotaban con facilidad el largo tiempo que lo habían dejado de cuidar. Casi oculto, se presentaba a diario bien disimulado por una larga arboleda antigua que plantada en perfecta simetría paralela a la calzada, volcaba sus sombras provocadas por aquellas grandes y amarillas luminarias callejeras, que a pesar de la hora temprana y más aún hoy debido a un cielo cerrado y la pálida luz del ocaso, habían empezado ya a encenderse automáticamente. 
       El cuerpo de aquel hombre comenzaba a tomar el matiz característico parecido a una sombra oscura en una antesala penumbrosa de ese pronto anochecer demasiado oscuro. El hombre sacó de uno de sus bolsillo un paquete de cigarrillos y de otro un encendedor que al accionarlo iluminó en forma espontánea y fugaz, el lugar. 


                                  3

       Corrían para ese entonces los años locos, aquellos del recordado y famoso charleston, el que se había impuesto como el baile preferido sobre los parquets brillantes que terminaban opacos después de los intensos bailes en los clubes donde se reunían para noches de jarana, jóvenes por demás solícitos y damas preciadas, de una alta y selectiva sociedad. 


                          Continuará........


Estimado Lector, muchas gracias y hasta la próxima entrada.

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